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Keblinger

Keblinger
Las distantes luces de las linternas se acercaban poco a poco. Los fugitivos eran 4 cerdos, agitados y heridos. Lo único que les importaba en ese momento era sacar del recinto al único de ellos que podría cambiarlo todo...

Misión Cumplida

| 20 de abril de 2011


Las distantes luces de las linternas se acercaban poco a poco. Los fugitivos eran 4 cerdos, agitados y heridos. Lo único que les importaba en ese momento era sacar del recinto al único de ellos que podría cambiarlo todo. Era un camino sin salida. El sentido de compromiso con la especie, ganado a punta de picanas, electroshocks y tortura, lo era todo.

Escondidos en las penumbras que proveía la luna nueva, sentían cada vez más cerca las botas que los habían mantenido en cautiverio. El último esfuerzo por salvar la especie implicaba el sacrificio de tres de ellos, pero también la salvación de miles, sino millones. Una decidida y silenciosa mirada fue el adiós. 

Dos corrieron contra las botas ensangrentadas dispuestos a empujar, golpear y aplastar lo que fuera necesario mientras los otros dos corrían en dirección contraria hacia el filoso alambre de púas. Con las llagas abiertas y el dolor punzante de las estocadas recibidas minutos antes no dudaron en abalanzarse con la esperanza de ganar el tiempo suficiente para el escape. Todos habían encontrado propósito en tiempos de crisis. 

En el silencio de la noche se escucharon dos disparos y el colapso de dos cuerpos. Más lejos, la cerca caía y cortaba mortalmente al cerdo que se había lanzado encima de ella. El pequeño puerco, por el que se habían sacrificado sus 3 compañeros, escapaba sobre el lacerado cadáver. Tres rostros, todos sonrientes, yacían al final de la noche en el polvo. Confiaron hasta el último momento en que aquella noche la suerte de su especie cambiaría.

A la mañana siguiente, un niño que caminaba por la carretera para de improvisto al lado de una zanja. Observa curioso el cuerpo de un lechón muerto. En su costado se puede leer "espécimen número 4".
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La Transa

| 15 de abril de 2011


-Son mil pesos por persona, señorita- gruñó el guardia en la puerta.


-¿Puede hacernos un precio?- sollozó la tipa que se paraba lánguida y estúpida frente a él. Seguro era santiaguina.


-No, son mil pesos por persona… sin derecho a nada- sonrió irónico, cerrando el puño y guardando una aparente calma.


-Es que a nosotras nos dijeron…- dejó de oír. En su cabeza, el rostro desfigurado de la tipa con pinta de revolucionaria burguesa daba vueltas y se amplificada por la voz nasal. Los guantes negros se comprimían más y más entre sus dedos. No se pudo contener más. 


 -A mí cuando chico me dijeron que el viejo pascuero y el ratón de los dientes eran de verdad y que a la gente esforzada le pasan cosas buenas; que los santos curitas cuidan a los pobres y que Jesús existía. ¡Pero ya ves, crecer es una mierda! Son tus papás los que se parten el lomo para comprar la primer idiotez que pidas, y eso sólo si tienes la suerte de tener padres amorosos porque si no te conformas con una colilla de cigarro en la cara. A la gente esforzada la explotan todos lo días por sueldos de hambre que dan para robar la cola de lo que se pueda. Los curas cuidan de la prole sólo por el módico precio del abuso de unos cuantos de sus niños porque, al final, ¡¿qué más da si unos rotos se sacrifican por un plato de porotos?! Es el precio de Dios… ¡Y de Jesús! - respira y da una pausa- …ni siquiera me dejes empezar con ese zombie judío- sonrió al terminar la frase.


-¿Mil pesos por persona cierto?- sollozó la tipa.
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